Porque ser padre primerizo es como vivir dentro de una película de terror; hay muñecos inquietantes por toda la casa, oyes ruidos extraños y no puedes dormir tranquilo porque sabes que en cualquier momento te van a dar un susto.
Y no sólo pasas miedo en casa ¿eh? En el coche también vas en tensión.Estás todo el rato mirando hacia atrás,para ver si el niño sigue ahí. ¿Pero cómo se va a escapar? ¡Si va más atado que Hannibal Lecter!
Ser padre primerizo es como vivir en Psicosis: Necesitas a tu madre más que Norman Bates, y las peores escenas son en la bañera. Porque, claro, tú ves a tu mujer bañando al niño tan tranquila, como si fregara una ensaladera..., hasta que un dia dice:
— Venga, hoy lo bañas tú.
— ¿Yo? ¿Pero sabe nadar?
— Venga, padrazo, que te va a encantar...
Y tú miras al niño y piensas: "Este niño no está sucio". Así que lo metes en el agua y lo sacas, como si mojaras un donuts.
— Ya.
Y ella:
— ¿Y el champú?
— ¿Champú? ¡Pero si es calvo!
Y te lo vuelve a encasquetar:
— ¡Venga báñalo...! ¡PERO CON MÁS GRACIA, HIJO!
¡Ni que fuera tan fácil! ¡El jodío se mueve más rápido que Jackie Chan!
Y ella:
— ¡Cuidado con la cabecita, que todavía no la tiene cerrada!
— ... ¿Y por qué no se la has cerrado antes de dármelo?
Yo creo que los niños deberían nacer con un asa en la espalda; así, para bañarlo, lo cogerías tranquilamente y lo pondrías debajo del grifo.
Pensándolo bien, ser padre novato es peor que Psicosis, porque Norman Bates tenía una madre, pero es que tú tienes dos; tu madre y tu suegra
Una dice:
— Los pies es mejor que los lleve al aire.
Y la otra:
— Los constipados se cogen por los pies.
Y, claro, no hay quien se aclare.
Un día está llorando el niño, voy a cogerlo y me dice mi mujer:
— ¡No lo cojas...! ¡Que dice mi madre que se acostumbra!
Y tú:
— Pues la mía dice que, si llora mucho, se puede herniar...
— Tu madre sí que se hernió criándote a ti, que estás más mimado que Borja Thyssen...
Cuando tienes un hijo, te pasa también como en estas películas de extraterrestres, en las que los marcianos te abducen y te controlan la mente. Porque uno se pon frente a un niño, el niño te mira, automáticamente, quedas abducido y pasas a hablar el idioma del niño:
— Cuchicuchicuchiiii....
¡Y el niño te comprende!
— A-jo, a-jo.
Es terrorífico. Todo el mundo queda abducido cuando habla con un bebé:"mira, el guau guau", "Burrum, burrum", "Cucu, ¡tras!"... Yo creo que nos poseen, porque tú ves un bebe con la barriga al aire y pierdes el control:
— ¡Prrrrrrrrrzzzzzz!
¡Hay que ver cómo les hablamos a los niños...! El ring rign, el rumm rumm, el miau miau... Y luego le echamos la culpa a la ESO de que los jóvenes se expresen mal.
Pero lo verdaderamente horripilante de tener un bebé es cuando tu mujer te dice:
—Esta tarde te vas a quedar solo con el niño.
Suena como si dijera: "Esta tarde tienes que operar a Montserrat Caballé de las cuerdas vocales"
— Chico, si es muy fácil, sólo tienes que darle el biberón y cambiarle cuando se haga caca...
Lo del biberón lo llevo bien. Yo se lo enchufo... el tío deja la boca floja, y se le sale todo. Se lo vuelvo a enchufar, se me queda mirando como Jesús Quintero...y lo vuelve a echar. Pero no puede conmigo. Yo no paro hasta que consigo que toda la leche del biberón... pase al babero.
Eso sí, luego, a mi mujer le digo
— Mira, todo. Se lo ha tomado con un ansia... que yo creo que setomaría otro, pero dáselo tú ¿eh?
Lo que llevo mal es lo de la caca. Abrir un pañal da un miedo que el que se caga eres tú.
Porque ella te dice:
— Si llora, cámbiale y mira a ver si la caca es buena.
— ¿Cómo lo haces? ¿la pruebas?
Pues, a veces, casi. Porque tú lo estás cambiando, que va cagado hasta arriba, y de repente le entra hipo... Y dices: "¿Qué es primero, el hipo o la caca?" Tú piensas: "La caca es primero" Le levantas así las piernecitas, para sacar el pañal, en ésas hace "hip!", se te suelta una pierna, la mete en el pastelón, y te salpica en todo el ojo. ¡Vamos, que para cambiarle me he comprado unas gafas de soldador!
Yo a estas alturas, soy todo un experto en cacas: en todas sus consistencias y colores. Marrón caca clásico: todo va bien. Marrón oscuro en bolitas, estilo cabra: hay que darle zumito de naranja. Verde pistacho: está echando un diente. Amarillo líquido: hay que ir al pediatra, que se deshidrata... Pero lo peor es la caca fantasma, que es cuando el niño huele mal, le quitas el pañal y no hay nada. Y así pasa que, cuando vuelve a oler mal, dices: "A mí no me la das"; sin quitarle el pañal metes el dedo y....¡te la da!
Pero, además de todo esto, el bebé tiene un arma secreta: los lloros. Y los tiene de todos los tipos:
Está el "Te doy tiempo a venir antes de montarla" que es así:
— Eheh, eheh, eheh, eheh, eheh, ¡Eeeggg!
El llanto "Alarma de coche":
— Güe-é,güe-e, güe-é, güe-é, güe-é...
Y luego está el de "Voy a acabar con tus nervios"
—¡Güi, güec...güi güec,...., güec...güi, gïec...güi...!
Y todo el mundo cree saber por qué lloran :"Eso es que tiene hambre, "Eso es que tiene sueño".
"No no... Eso es que tiene gases y no los sabe echar" ¿Qué no los sabe echar?
Te dan ganas de agarrarlo y hacerle en la barriga "przzz" y deshincharlo como una pelota de playa. Pero no lo haces. Lo que haces es cogerlo en brazos y decirle muy clarito:
— Cuchi, cuchi, cuchi...¿qué pasa? Przzzz, Prszzzzzz.
Y es que los niños ¡son lo mejor del mundo!.
jueves, abril 12, 2007
martes, abril 10, 2007
MEMORIAS DE GUS
Siguiendo el testigo de Annie Christian me ha apetecido mucho hacer un post de Memorias de Gus, todos los domingos busco entre las páginas centrales del periódico "El País" el "Pequeño País" que llevo leyendo casi desde que tengo uso de razón, me acuerdo que al principio era mucho mejor, se llamaba "Mi País", una revistilla de portada naranja para jóvenes, con Leo Verdura, Spirou, Goomer, Lupo Alberto,Tintin, 13 Rue del Percebe y otros que se mantienen hasta hoy en día como son: Gardfield, Zits, Calvin y Hobbes, Memorias de Gus... Antes era en realidad un mini periódico para jóvenes con artículos de animales, videojuegos, ciencia, pasatiempos...ahora ha quedado reducido a cuatro hojas, pero aún así es mi motivo semanal que hace darme cuenta de que siempre seré una niña.
EL AMIGO SANTANDERINO DE LAS ESTRELLAS DE HOLLYWOOD
Salió de Santander en 1941 hacia Cataluña, y de ahí a América como polizón. Ceferino Carrión, 'Cefe', más tarde 'Jean Leon', encontró el éxito con su restaurante La Scala en Hollywood. Allí fue el amigo de las estrellas: a algunas les enseñó a comer; a otras, como Marilyn Monroe, les sirvió su última cena.
La cuesta de la Atalaya, la más pindia (con más pendiente) de todo Santander, puede ser una medida segura para el éxito. Ceferino Carrión Madrazo, Cefe para la familia y después Jean Leon para el resto del mundo, lo sabía. Subir aquello día tras día imprime carácter. A lo mejor por eso tuvo la vida que tuvo y se convirtió en el español que más deslumbró al Hollywood dorado de los cincuenta y los sesenta. Aquel gueto de glamour se daba cita al completo en La Scala, el restaurante que abrió en Los Ángeles este personaje emprendedor, lúcido, visionario y hecho a sí mismo (un documental sobre su vida se estrena el próximo 27 de abril). Allí, entre los hornos, el trajín, las botellas y las mesas en semicírculo, Paul Newman, Marilyn Monroe, Billy Wilder, Orson Welles, Frank Sinatra o John Fitzgerald Kennedy, por citar a algunos, se pirriaban por sus lasañas y aprendían a beber buen vino.
Lo más probable es que también supiera huir pronto de las desgracias en busca del éxito: el que le hiciera olvidar el infierno de haber pertenecido a una familia del bando perdedor en la Guerra Civil, de haber visto su casa devorada por las llamas en el incendio de 1941, que asoló la ciudad donde había nacido y les dejó a él y a sus ocho hermanos en la calle, con lo puesto. Hoy, una plaza con su nombre artístico le recuerda en la ciudad de sus orígenes. Pero entonces, aquel mal golpe les obligó a irse a buscar fortuna en Barcelona, donde su padre, Antonio Carrión, podía encontrar el trabajo que en Santander le negaban los vencedores. Le habían acusado de algunos crímenes que Ángeles, su mujer, limpió presentando ante el juez a todas las víctimas de las que se le acusaba de haber matado en la guerra.
Pero después de aquello y de haber salido de la cárcel, el padre de Cefe y su hermano mayor, José Antonio, no corrieron mejor suerte. "Un pariente les consiguió trabajo como marmitones (en la cocina) y de camareros en un mercante del hermano de Franco, Nicolás, hundido por el torpedo de un submarino en alta mar", afirma José Ramón Saiz Viadero, historiador, autor del estudio Jean Leon, el santanderino que enseñó a comer a las estrellas. Se los tragó el destino. Después de aquello, el joven Cefe se largó a América. "Fue el día del Carmen", recuerda hoy su hermana Ana María, que vive en Barcelona. "Se puso como un pincel para ir de fiesta, pero no regresó a dormir y no volvimos a saber de él hasta que volvió en los cincuenta", asegura. Parece que todos los males de ojo le habían venido juntos y no estaba dispuesto a ser una carga para su madre viuda y sus hermanas, que se tuvieron que poner todas a trabajar como peluqueras tras la tragedia que les dejó huérfanas de padre.
Hasta siete veces intentó embarcarse como polizón en un barco desde El Havre, en Francia, según dicen sus hermanas Ana María y Conchita. Al final lo consiguió. Y en alta mar empezó a reírle la buena suerte, como cuenta Sebastián Moreno en su biografía Jean Leon, el rey de Beverly Hills (Ediciones B). Un marinero negro le descubrió, pero no lo delató e incluso le fue alimentando hasta que desembarcaron en Nueva York. Leon jamás pudo encontrar a ese ángel de alta mar que le abrió la puerta de sus sueños.
Entonces, Ceferino los desconocía: eran muchos y sin orden concreto. Por supuesto, triunfar. ¿En el cine? "Yo creo que ése era su deseo más dorado y que no lo consiguió", dice Agustì Vila, autor del documental sobre Jean Leon. "Pero si no logró ser actor, consiguió algo más grande: ser admirado por todas las grandes figuras del Hollywood de aquella época", afirma Vila.
No le costó mucho conquistar Hollywood, adonde llegó después de haber lavado platos y trabajado duro en Nueva York. Ya se había cambiado el nombre. Perdió los papeles y se hacía llamar Justo Ramón León. Simpatía, discreción, varios filetes de extranjis para actores que se convirtieron después en mitos como James Dean y arrimar el hombro en los momentos duros le granjearon las primeras amistades en el Villa Capri, el restaurante donde fue camarero antes de ser empresario.
Por el Villa Capri paraban, entre otros, Frank Sinatra y Joe DiMaggio, el jugador de béisbol casado entonces con Marilyn Monroe. Los ataques de celos del deportista eran frecuentes y una noche en la que él sospechaba que la actriz se había dado cita con un amante, convenció a su amigo Sinatra, que estaba en el Villa Capri, para que le acompañara a darle una paliza al tipo. Salieron y apalearon a un bulto, con tan mala suerte que en la estancia había un hombre y una mujer, pero no eran ni Marilyn ni su amante. Sinatra nunca pudo ser acusado de nada. Gracias, entre otras cosas, a que ese chico camarero del Villa Capri que ya entonces se hacía llamar Jean Leon declaró siempre que no había visto al cantante salir del establecimiento.
Bien fuera porque no convenía andar a malas con Sinatra, al que ya se relacionaba con la Mafia, cosa que Leon siempre negó, o a que Frankie realmente le caía bien y le daba buenas propinas, el caso es que Jean se granjeó su amistad para siempre.
La relación con James Dean fue diferente. El chaval era bien majo y al parecer con talento, algo que comprobó Jean Leon cuando vio Al este del edén, de Elia Kazan. Antes, el camarero ya les había quitado el hambre a él y a sus amigos ?entre los que estaban Sal Mineo y Natalie Wood? en el Villa Capri cuando sólo eran actorzuelos con sueños de grandeza. Los dos hicieron buenas migas entre los manteles. Tantas, que se puede decir, según Moreno, que Leon era uno de los amigos más próximos de la nueva estrella. El día en que murió, uno de los que estuvieron cerca fue él. Habían planeado los últimos detalles del papeleo de lo que estaban a punto de montar juntos: un restaurante. Pero las cosas se torcieron rápido, a toda velocidad: la de un Porsche sin control. En mala hora había terminado la prohibición de la Warner Bros.: no le permitían hacer carreras de coches hasta que concluyera el rodaje de Gigante, la nueva película que protagonizó junto a Rock Hudson. Ese día rodó la última escena y podía ir a correr el fin de semana a Salinas con su Porsche Spyder. En el camino se le cruzó un Ford. Murió y nació el mito.
Fue otro golpe duro para Jean Leon, pero el hombre no estaba dispuesto a renunciar a nada. El problema era el dinero, pero ahí estaba su cuñado, el abogado Karl Kaetel, para prestarle los 3.500 dólares que necesitaba para abrir el negocio. Leon lo tenía claro. Un restaurante italiano, buenos vinos. Carta extensa con especialidades: los mejores productos, no dar gato por liebre. Así llegó el triunfo y el local se convirtió en el centro gastronómico de Hollywood. No había mesas disponibles y bien podías encontrarte a Warren Beatty comiendo en la cocina o a Marlon Brando haciendo cola. "Había noches en las que se servían 275 cenas", cuenta Moreno en su libro.
Luego estaban quienes encontraron en Jean Leon todo un cicerone de la buena vida, como Paul Newman, que confiesa que le enseñó a comer con conocimiento y a abandonar esas ensaladas de apio, pimienta y sal que acompañaba con toneladas de cerveza. "Con el tiempo supo acabar distinguiendo un filete de ternera de otro de buey", asegura Moreno.
Entrar en La Scala era un espectáculo. En una mesa podía estar Orson Welles poniéndose morado, "ese glotón", como le llamaba el restaurador; en otra, flirteando Joan Collins y Warren Beatty; escondida y apartada podríamos encontrar a Greta Garbo; casi a diario, a Cary Grant; en cualquier momento podían entrar Rita Hayworth o Natalie Wood, o podían llamar por teléfono de la Casa Blanca para que se sirviera un almuerzo a la corte del presidente Kennedy. Los encargos también tienen leyenda. Cualquier noche, Elizabeth Taylor podía pedir desde Londres que le enviaran empaquetados unos canelones o unas lasañas.
No fue eso lo que pidió Marilyn Monroe para su última cena? La historia ha cobrado estos días actualidad. Entre las pastillas y los barbitúricos que analizaron en la autopsia debían quedar restos de los fetuccini Leon que Jean le sirvió aquella última noche. Era habitual el servicio a domicilio y Marilyn había llamado más veces, cuenta Moreno en la biografía. Él contestó personalmente a la llamada el 5 de agosto de 1962. También llegó a contar que no estaba sola aquella noche. Por aquel entonces mantenía un romance con Robert Kennedy. Su relación con el hermano de éste, John Fitzgerald Kennedy, el presidente, ya era historia.
Las relaciones de Leon con España siempre jugaron el factor sorpresa, sobre todo para su familia. "Volvió para mi boda", asegura su hermana Conchita. Eso fue a principios de los cincuenta, cuando todavía no tenía el restaurante y trabajaba en el Villa Capri. Pero como había sido delatado por algunos de sus amigos por desertor, regresaba siempre de incógnito y a escondidas: "Aquella primera vez lo tuvimos en casa oculto", cuentan hoy sus hermanas. "Vio la boda, pero desde un rincón apartado en la zona alta de la iglesia para que no le reconociera nadie".
Tardó tanto en volver que le dieron por muerto. Hasta que reapareció 13 años después, casado y con dos hijos. La segunda vez que anduvo por Barcelona ya había hecho de representante internacional del Real Madrid, el de Di Stéfano, Puskas y Gento, que, por cierto, causó sensación. De los pocos altercados que se recuerdan, fue el disgusto que se cogió Rita Hayworth cuando no pudo disfrutar en una de las fiestas de los jugadores y las estrellas lo que hubiese querido: "Estaba empeñada en entrenar a Gento en privado", cuenta Moreno en la biografía, y no pudo.
Por entonces, la identidad de Leon era un misterio para todo el mundo. La mayoría de las estrellas creían que era francés. Lo que ya catapultó su nombre hasta la posteridad, más allá de su muerte en 1996, fue el último capítulo de su vida: el vino. En eso también fue pionero, visionario y afortunado. "Se empeñó en plantar cepa francesa (cabernet sauvignon) en Cataluña. La gente pensaba que estaba loco, pero lo tenía muy estudiado y muy pensado. Quería dar trabajo aquí a su familia", comenta hoy Ana María. "Un amigo de mi marido le dijo: '¿Has visto a ese americano lo que quiere cultivar aquí? Se debe creer que somos tontos'. Y mi marido le contestó: 'Ese americano que dices es mi cuñado'. Se quedó alucinado".
Pero Jean Leon lo hizo y su nueva hazaña no pasó inadvertida en absoluto. No sólo las estrellas comenzaron a hacerle propaganda: la Casa Blanca, en época de Ronald Reagan, adoptó el vino para sus cenas oficiales y así lo hizo célebre en todo el mundo. Fue su último gran brindis.
La cuesta de la Atalaya, la más pindia (con más pendiente) de todo Santander, puede ser una medida segura para el éxito. Ceferino Carrión Madrazo, Cefe para la familia y después Jean Leon para el resto del mundo, lo sabía. Subir aquello día tras día imprime carácter. A lo mejor por eso tuvo la vida que tuvo y se convirtió en el español que más deslumbró al Hollywood dorado de los cincuenta y los sesenta. Aquel gueto de glamour se daba cita al completo en La Scala, el restaurante que abrió en Los Ángeles este personaje emprendedor, lúcido, visionario y hecho a sí mismo (un documental sobre su vida se estrena el próximo 27 de abril). Allí, entre los hornos, el trajín, las botellas y las mesas en semicírculo, Paul Newman, Marilyn Monroe, Billy Wilder, Orson Welles, Frank Sinatra o John Fitzgerald Kennedy, por citar a algunos, se pirriaban por sus lasañas y aprendían a beber buen vino.
Lo más probable es que también supiera huir pronto de las desgracias en busca del éxito: el que le hiciera olvidar el infierno de haber pertenecido a una familia del bando perdedor en la Guerra Civil, de haber visto su casa devorada por las llamas en el incendio de 1941, que asoló la ciudad donde había nacido y les dejó a él y a sus ocho hermanos en la calle, con lo puesto. Hoy, una plaza con su nombre artístico le recuerda en la ciudad de sus orígenes. Pero entonces, aquel mal golpe les obligó a irse a buscar fortuna en Barcelona, donde su padre, Antonio Carrión, podía encontrar el trabajo que en Santander le negaban los vencedores. Le habían acusado de algunos crímenes que Ángeles, su mujer, limpió presentando ante el juez a todas las víctimas de las que se le acusaba de haber matado en la guerra.
Pero después de aquello y de haber salido de la cárcel, el padre de Cefe y su hermano mayor, José Antonio, no corrieron mejor suerte. "Un pariente les consiguió trabajo como marmitones (en la cocina) y de camareros en un mercante del hermano de Franco, Nicolás, hundido por el torpedo de un submarino en alta mar", afirma José Ramón Saiz Viadero, historiador, autor del estudio Jean Leon, el santanderino que enseñó a comer a las estrellas. Se los tragó el destino. Después de aquello, el joven Cefe se largó a América. "Fue el día del Carmen", recuerda hoy su hermana Ana María, que vive en Barcelona. "Se puso como un pincel para ir de fiesta, pero no regresó a dormir y no volvimos a saber de él hasta que volvió en los cincuenta", asegura. Parece que todos los males de ojo le habían venido juntos y no estaba dispuesto a ser una carga para su madre viuda y sus hermanas, que se tuvieron que poner todas a trabajar como peluqueras tras la tragedia que les dejó huérfanas de padre.
Hasta siete veces intentó embarcarse como polizón en un barco desde El Havre, en Francia, según dicen sus hermanas Ana María y Conchita. Al final lo consiguió. Y en alta mar empezó a reírle la buena suerte, como cuenta Sebastián Moreno en su biografía Jean Leon, el rey de Beverly Hills (Ediciones B). Un marinero negro le descubrió, pero no lo delató e incluso le fue alimentando hasta que desembarcaron en Nueva York. Leon jamás pudo encontrar a ese ángel de alta mar que le abrió la puerta de sus sueños.
Entonces, Ceferino los desconocía: eran muchos y sin orden concreto. Por supuesto, triunfar. ¿En el cine? "Yo creo que ése era su deseo más dorado y que no lo consiguió", dice Agustì Vila, autor del documental sobre Jean Leon. "Pero si no logró ser actor, consiguió algo más grande: ser admirado por todas las grandes figuras del Hollywood de aquella época", afirma Vila.
No le costó mucho conquistar Hollywood, adonde llegó después de haber lavado platos y trabajado duro en Nueva York. Ya se había cambiado el nombre. Perdió los papeles y se hacía llamar Justo Ramón León. Simpatía, discreción, varios filetes de extranjis para actores que se convirtieron después en mitos como James Dean y arrimar el hombro en los momentos duros le granjearon las primeras amistades en el Villa Capri, el restaurante donde fue camarero antes de ser empresario.
Por el Villa Capri paraban, entre otros, Frank Sinatra y Joe DiMaggio, el jugador de béisbol casado entonces con Marilyn Monroe. Los ataques de celos del deportista eran frecuentes y una noche en la que él sospechaba que la actriz se había dado cita con un amante, convenció a su amigo Sinatra, que estaba en el Villa Capri, para que le acompañara a darle una paliza al tipo. Salieron y apalearon a un bulto, con tan mala suerte que en la estancia había un hombre y una mujer, pero no eran ni Marilyn ni su amante. Sinatra nunca pudo ser acusado de nada. Gracias, entre otras cosas, a que ese chico camarero del Villa Capri que ya entonces se hacía llamar Jean Leon declaró siempre que no había visto al cantante salir del establecimiento.
Bien fuera porque no convenía andar a malas con Sinatra, al que ya se relacionaba con la Mafia, cosa que Leon siempre negó, o a que Frankie realmente le caía bien y le daba buenas propinas, el caso es que Jean se granjeó su amistad para siempre.
La relación con James Dean fue diferente. El chaval era bien majo y al parecer con talento, algo que comprobó Jean Leon cuando vio Al este del edén, de Elia Kazan. Antes, el camarero ya les había quitado el hambre a él y a sus amigos ?entre los que estaban Sal Mineo y Natalie Wood? en el Villa Capri cuando sólo eran actorzuelos con sueños de grandeza. Los dos hicieron buenas migas entre los manteles. Tantas, que se puede decir, según Moreno, que Leon era uno de los amigos más próximos de la nueva estrella. El día en que murió, uno de los que estuvieron cerca fue él. Habían planeado los últimos detalles del papeleo de lo que estaban a punto de montar juntos: un restaurante. Pero las cosas se torcieron rápido, a toda velocidad: la de un Porsche sin control. En mala hora había terminado la prohibición de la Warner Bros.: no le permitían hacer carreras de coches hasta que concluyera el rodaje de Gigante, la nueva película que protagonizó junto a Rock Hudson. Ese día rodó la última escena y podía ir a correr el fin de semana a Salinas con su Porsche Spyder. En el camino se le cruzó un Ford. Murió y nació el mito.
Fue otro golpe duro para Jean Leon, pero el hombre no estaba dispuesto a renunciar a nada. El problema era el dinero, pero ahí estaba su cuñado, el abogado Karl Kaetel, para prestarle los 3.500 dólares que necesitaba para abrir el negocio. Leon lo tenía claro. Un restaurante italiano, buenos vinos. Carta extensa con especialidades: los mejores productos, no dar gato por liebre. Así llegó el triunfo y el local se convirtió en el centro gastronómico de Hollywood. No había mesas disponibles y bien podías encontrarte a Warren Beatty comiendo en la cocina o a Marlon Brando haciendo cola. "Había noches en las que se servían 275 cenas", cuenta Moreno en su libro.
Luego estaban quienes encontraron en Jean Leon todo un cicerone de la buena vida, como Paul Newman, que confiesa que le enseñó a comer con conocimiento y a abandonar esas ensaladas de apio, pimienta y sal que acompañaba con toneladas de cerveza. "Con el tiempo supo acabar distinguiendo un filete de ternera de otro de buey", asegura Moreno.
Entrar en La Scala era un espectáculo. En una mesa podía estar Orson Welles poniéndose morado, "ese glotón", como le llamaba el restaurador; en otra, flirteando Joan Collins y Warren Beatty; escondida y apartada podríamos encontrar a Greta Garbo; casi a diario, a Cary Grant; en cualquier momento podían entrar Rita Hayworth o Natalie Wood, o podían llamar por teléfono de la Casa Blanca para que se sirviera un almuerzo a la corte del presidente Kennedy. Los encargos también tienen leyenda. Cualquier noche, Elizabeth Taylor podía pedir desde Londres que le enviaran empaquetados unos canelones o unas lasañas.
No fue eso lo que pidió Marilyn Monroe para su última cena? La historia ha cobrado estos días actualidad. Entre las pastillas y los barbitúricos que analizaron en la autopsia debían quedar restos de los fetuccini Leon que Jean le sirvió aquella última noche. Era habitual el servicio a domicilio y Marilyn había llamado más veces, cuenta Moreno en la biografía. Él contestó personalmente a la llamada el 5 de agosto de 1962. También llegó a contar que no estaba sola aquella noche. Por aquel entonces mantenía un romance con Robert Kennedy. Su relación con el hermano de éste, John Fitzgerald Kennedy, el presidente, ya era historia.
Las relaciones de Leon con España siempre jugaron el factor sorpresa, sobre todo para su familia. "Volvió para mi boda", asegura su hermana Conchita. Eso fue a principios de los cincuenta, cuando todavía no tenía el restaurante y trabajaba en el Villa Capri. Pero como había sido delatado por algunos de sus amigos por desertor, regresaba siempre de incógnito y a escondidas: "Aquella primera vez lo tuvimos en casa oculto", cuentan hoy sus hermanas. "Vio la boda, pero desde un rincón apartado en la zona alta de la iglesia para que no le reconociera nadie".
Tardó tanto en volver que le dieron por muerto. Hasta que reapareció 13 años después, casado y con dos hijos. La segunda vez que anduvo por Barcelona ya había hecho de representante internacional del Real Madrid, el de Di Stéfano, Puskas y Gento, que, por cierto, causó sensación. De los pocos altercados que se recuerdan, fue el disgusto que se cogió Rita Hayworth cuando no pudo disfrutar en una de las fiestas de los jugadores y las estrellas lo que hubiese querido: "Estaba empeñada en entrenar a Gento en privado", cuenta Moreno en la biografía, y no pudo.
Por entonces, la identidad de Leon era un misterio para todo el mundo. La mayoría de las estrellas creían que era francés. Lo que ya catapultó su nombre hasta la posteridad, más allá de su muerte en 1996, fue el último capítulo de su vida: el vino. En eso también fue pionero, visionario y afortunado. "Se empeñó en plantar cepa francesa (cabernet sauvignon) en Cataluña. La gente pensaba que estaba loco, pero lo tenía muy estudiado y muy pensado. Quería dar trabajo aquí a su familia", comenta hoy Ana María. "Un amigo de mi marido le dijo: '¿Has visto a ese americano lo que quiere cultivar aquí? Se debe creer que somos tontos'. Y mi marido le contestó: 'Ese americano que dices es mi cuñado'. Se quedó alucinado".
Pero Jean Leon lo hizo y su nueva hazaña no pasó inadvertida en absoluto. No sólo las estrellas comenzaron a hacerle propaganda: la Casa Blanca, en época de Ronald Reagan, adoptó el vino para sus cenas oficiales y así lo hizo célebre en todo el mundo. Fue su último gran brindis.
FUENTE: Diario "El País", domingo 8 de abril de 2007
domingo, abril 01, 2007
MATCH POINT
Me encantan las sesiones de cine casero...el otro día recibí como regalo "Match Point" película de Woody Allen. Y como siempre Allen acertó, he de decir que es una película cien por cien fiel a su director, protagonizada por Jonathan Rhys Meyers y su musa Scarlett Johannsson . No quiero contaros de que va la peli, últimamente escuché una frase que me gustó, cuando menos se de que va una película o un libro más me gusta, y creo que es verdad. Os dejo un trailer de la peli en inglés y os animo a verla (oye las trailers cada vez cuentan más cosas...).
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