jueves, agosto 24, 2006

Cleptómanos, despistados y coleccionistas salen del hotel silbando

ESE OSCURO OBJETO DE DESEO


SEGURAMENTE RECUERDA AQUELLA SECUENCIA de El Silencio de los Corderos en que Hanibal Lecter le preguntaba a la agente Starling: “¿Qué es lo primero que codiciamos?” y él mismo acababa respondiendo: “codiciamos lo que vemos”. Pues bien, querido lector, traslade esa verdad impepinable a un lugar donde todo se expone precisamente para ser visto y admirado, incluso usado, pero nunca poseído. Por ejemplo: un hotel. Piensen en miles y miles de personas transitando a diario por esos vistosos -a veces paradisíacos- escenarios, concebidos para que uno se sienta, ya no como en casa: mejor que en casa. Gente que, como usted, ha dormido alguna vez en una cama del siglo XVIII, ha guardado sus pendientes en un joyero de porcelana fina, ha comido en vajilla de plata o se ha sentado en un taburete último diseño. Y todo eso por el precio más o menos módico de una habitación.

El caso es que todos esos huéspedes de paso con también, en cierto modo, dueños y señores del bazar de detalles que el hotel pone a su disposición durante las horas, días, semanas o meses que dura su estancia. ¿Pero qué pasa cuándo ésta concluye y con ella desaparece el sueño de posesión? Hay quienes se conforman con llevarse “un recuerdo”, ya saben: el azucarillo del restaurante, los botecitos de champú del baño, el papel de escritorio con el logotipo del hotel… El problema viene cuando el objeto no es tan nimio, ni susceptible de ser repuesto sin más; cuando es caro, valioso, único, irremplazable o sencillamente: propiedad indiscutible del hotel. Los casos se mueven entre lo anecdótico y el robo en toda regla, pero lo cierto es que, cuando la tentación está al alcance de la mano, ésta aflora cual tentáculo viscoso. Les aseguro que la realidad supera cualquier ficción.

LO QUE SE VA

Todo cabe en la maleta
Las estadísticas apuntan que los artículos preferidos por los huéspedes son los botecitos de aseo y los ceniceros, seguidos de las toallas (han llegado a desaparecer pares de juegos completos en una sola estancia) y los albornoces, lo que ha llevado a algún que otro hotel a aclarar sutilmente mediante carteles, que no se regalan, pero que están a la venta en recepción. Algo curioso, teniendo en cuenta que eso supone pagar unos 30 euros por un artículo que si bien está limpio, no suele ser, en la mayoría de los casos, nuevo.

Hay quien, por aquello de volcar de una sola vez el kit de baño, se lo lleva con bandeja incluida, ya sea ésta de mimbre, teca o plata. Tampoco es raro que desaparezcan secadores o, como sucedió en un hotel de Mallorca, el teléfono de la ducha.

La lista sigue y es de lo más variopinto: los patitos de goma de la bañera, el osito de la cama y otros hurtos que provocan menos ternura, como una muñeca de cerámica, una palmatoria de bronce, una escribanía con tinteros de cristal de roca, una colcha artesanal riojana, libros de la biblioteca de uso común o Cds (en un hotel se llegaron a encontrar veinte cajas vacías). Cualquier objeto a la vista seduce al huésped ansioso de “souvenirs”: tiradores de mesillas, botoncitos de los cajones de un joyero, llaveros de la habitación, muñecas de cerámica, cestas artesanales, pañitos de ganchillo, frutas de adorno o cajitas de madera con incrustaciones de nacar, además de otros enseres decorativos de jardín como antorchas, centros de cristal, flores y velas. Hasta se ha dado el caso de quienes robaron un perro labrador, que posteriormente devolvieron al darse cuenta de que tenía un microchip…

Si una cosa es cierta es que los expoliadores vacacionales están en forma: en un hotel de Guadalajara, aún se preguntan cómo pudieron birlarles dos cazolettes francesas de diez kilos cada una o cómo cierto huésped pudo salir del hotel tan airoso, bolsa en mano, cuando lo que llevaba dentro era un libro de ocho kilos. Era, por cierto, uno de los 100 únicos ejemplares en España sobre el primer incendio del Liceo en Barcelona.

Ciertos huéspedes de un hotel de Osuna, en Sevilla, cuenta su propietario, se sintieron repentinamente indispuestos y pasaron el último día de su estancia sin salir de la habitación. Tal enfermedad coincidió con la desaparición de un pesado candelabro de bronce valorado en 500 euros con el que finalmente se marcharon, porque como es obvio, no pudo registrarse la habitación estando ocupada. Para colmo, el hotel acababa de inaugurarse.

También otros candelabros, además de apliques de forja y cuadros de hasta 70 por 80 centímetros, se han llevado de cierto hotel cordobés que asegura haber sido objeto de otros tantos hurtos curiosos, como bombillas, una peana de madera para macetas de más de un metro de altura, mandos de la televisión o en su defecto, pilas del mando, mantas e incluso almohadas; éstas, por cierto, se las llevaron los acompañantes de un famoso artista.

A veces el robo responde a una urgencia pragmática, lo que lejos de justificarlo, lo vuelve aún más surrealista. Es el caso de las cortinas de baño plastificadas que una pareja italiana sustrajo de un hotel de La Coruña recién inaugurado. Los propietarios pudieron corroborar días después, a través del testimonio de otro hotel, que el equipaje de la baca del coche de estos dos viajeros iba bien protegido de la lluvia gracias a las cortinas… A este robo, junto al de un precioso bastón con incrustaciones de hueso, hay que unir una silla, que, de alguna manera inexplicable, salió del hotel directa a completar el mobiliario de comedor de alguna casa.

Este tipo de aficiones pueden llegar a ser obsesivas, como le ocurrió a cierto cliente asiduo de un hotel madrileño, que se afanaba en coleccionar todas sus variantes de ceniceros de porcelana china. Debido a los hurtos reiterados, el personal del hotel decidió, sutilmente, sustituir los ceniceros por otros, menos vistosos, pero el huésped no tardó ni diez minutos en llamar a recepción quejándose de la falta de su codiciado cenicero de siempre. Parece ser que hoy por hoy ha dejado de llevárselos (que no de visitar el hotel), se desconoce si por un acto de conciencia o porque ha completado la colección.

Una afición similar demostró un huésped de cierto hotel de Barcelona, solo que con las piezas del servicio de habitaciones, que eran de alpaca, no de plata, pero muy vistosas. Empezó por los cubiertos, siguió con la bandeja, los tapaplatos, la jarrita de la leche… Y acabó escondiendo también el carrito. Como lo oyen. El carrito. Cuando el personal del hotel tuvo la oportunidad de deleitarse con los acordes metálicos que desprendía el meneo de la maleta, decidió cargar dichos artículos a su cuenta. El huésped, ni corto ni perezoso, se negó educadamente a pagar tal cantidad y con total parsimonia deshizo su equipaje para sacar, una por una, cada pieza.

Y como acompañante no es sinónimo de cómplice, puede ocurrir que a uno le pillen con las manos en la masa mientras que al otro, inocente desconocedor del asunto, se le quede una cara del color de la cal y no olvide el bochorno en la vida. Algo así debió de sucederle a la amiga de un huésped que, enamorado de cada uno de los siete cojines que cubrían las sillas de un salón, acabó siendo descubierto tras llevarse el último. La cara que puso ella mientras el personal de recepción extraía del coche la mercancía hurtada, hacía pensar que el huésped se quedaría sin cojines y sin algo más.


LO QUE SE QUEDA

Objetos olvidados, reclamados… o no
Como cualquier lugar de paso, el hotel se convierte habitualmente en el arsenal improvisado de objetos perdidos. Entre los más frecuentes, figuran la ropa interior, los camisones y pijamas, botes de champús y gel, gafas y libros. Casi todos los hoteles se han encontrado alguna vez una dentadura postiza olvidada y tampoco es extraño descubrir que el minibar se ha usado como frigorífico casero, con los consabidos restos de fiambre caducado… Un hotel asegura que incluso llegó a analizar los restos de una botellita de whisky que los huéspedes habían tratado de rellenar, para no abonar el coste: era, ni más ni menos, que pis.

Aparte de este caso aislado, está claro que los tiempos que corren han traído consigo un objeto que es la pieza perdida por antonomasia: el cargador de móvil. Pero no hay mal que por bien no venga y, como muchos huéspedes ni siquiera los reclaman, cuando un viajero olvida el cargador en casa, tiene en recepción todo un repertorio para elegir.

El hotel siempre suele guardar este tipo de objetos durante algún tiempo e incluso, en algunos casos, se empaquetan y clasifican con el número de habitación ante posteriores reclamaciones. A veces también se envían por encargo del huésped, como ocurrió en un hotel de Cantabria, que envío a Canadá un equipo de montaña completo (botas y piolet incluido) y, en otra ocasión, por taxi y de madrugada, dos maletas a Madrid, pues sus dueños viajaban a Estados Unidos al día siguiente. El despiste les costó a estos huéspedes la friolera de 300 euros… Bastante menos pagó la clienta de un hotel de Mallorca cuando pidió que se le enviara por correo Exprés el consolador que había dejado olvidado en una de las habitaciones. Claro que, para hallazgos embarazosos, el de dos señoras de avanzada edad en un hotel de Londres: un alargador de pene que finalmente, nadie reclamó. Y eso que reclamar, se ha llegado a reclamar de todo, incluyendo media botella de tónica o 100 gramos de jamón.

El caso de los libros es más curioso porque no siempre se reclaman y, en el caso de ciertos clientes extranjeros, parece que es costumbre abandonarlos cuando ya han sido leídos. Eso le ha permitido a algún que otro hotel disponer de una biblioteca particular en varios idiomas para que los huéspedes dispongan de tales lecturas.

Por supuesto, entre todo lo que se queda en el hotel, hay cosas más glamourosas que otras. Los deportivos viejos que un huésped abandonó en un hotel de Huelva y que el personal de limpieza tuvo que coger con guantes para tirar al contenedor (por el fuerte olor que desprendían) nada tiene que ver con el hallazgo que se produjo en una habitación donde se había alojado Madonna: todas las chicas del personal del hotel pudieron hacerse una foto con el famoso corpiño de Jean Paul Gautier antes de devolverlo a su dueña a través de su productora.

Son mucho más que objetos, si lo piensan bien. Cada una de esas piezas lleva cosido un momento, un recuerdo, retazos de historias que de alguna manera se forjan evolucionan, empiezan o acaban en la habitación del hotel, más allá del valor económico que tengan en cada caso. Tal vez por eso, por el valor que tienen las cosas con dueño, y por lo que nos importa que nos sean devueltas cuando las perdemos, no se entiendan cierto tipo de sustracciones, que llegan a rozar la cleptomanía enfermiza.

Por anecdótico que parezca, estas cosas pasan y no tienen justificación. Porque si nos gusta que nos mimen, si pagamos porque nos mimen, si exigimos una decoración a la altura, un equipamiento completo y el mayor lujo de detalles, no tiene sentido tirar piedras contra nuestro propio tejado. Es una elección muy sencilla: pagar por admirar la tentadora cajita de plata o pagar por sufrir la cajita del Todo a Cien de la esquina, que a nadie tienta.

Afortunadamente la mayoría lo tenemos muy claro.

www.notodohoteles.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Quién no se ha llevado una toalla de un hotel? Yo recuerdo haber dejado olvidado un libro que, además, había comprado ese mismo día que pasé en el hotel.

Supongo que el pequeño hotel de Villaviciosa (en Asturias) estarán contentos con El hobbit, de Tolkien.

Por cierto, muchas gracias por poner un enlace a mi blog.

Un beso fuerte.

(Y de antemano, que pases un feliz día el domingo).

Albert. dijo...

Este post me ha encantado!!!:-P Porque es tan cierto y tan vivido que me hace gracia ;-) Y aún así, sorprenderme con el género humano a lo que llega. Yo también tengo muchos ejemplos así que podría relatar. Y alguno que he leído lo he vivido recientemente, por insólitos que suenen. Por ejemplo, hace una semana tuve que tragarme la bronca al hotel de un cliente que estaba algo bebido por su aliento y por ver su minibar vacío quejándose de que se le había repuesto el minibar con botellitas abiertas y relllenas de pis (todo falso para sacarse gratis el minibar, algo que no consiguió;-)). Y yo saliendo del paso hablando en nombre de la Dirección del hotel :-) Así como la familia que puso una reclamación al dire muy borde por tener el spa cerrado y anunciarlo y tener el morro de robar 20 toallas!!!!!Por lo que el dire le respondió eso y se quedarían sin saber que decir ;-) ¿O aquel que se fue del hotel con una tele de plasma de 40 pulgadas sin nadie darse cuenta? :-P Así como los extraños olvidos que ahí se quedan sin reclamación, como maletas que llevan 10 meses aquí, agendas, gafas, peluches, ropa o esos ya comentados cargadores de móvil ;-) Es lo divertido de este nuestro mundo hotelero: Todas esas historias de anécdotas que se van acumulando y viviendo y luego podemos contar :-)

Mer dijo...

Este post me encanta Meli, te has lucido.
Voy a contarte una anécdota de olvido (y un poco de locura). Yo el año pasado trabajaba en un hotel en el que unos clientes se olvidaron los champús. A mí me parecieron champús normales, eran marcas corrientes de lo que cuestan 3 euros el champú y el acondicionador y 2 euros el gel de litro. Pues nos hicieron enviárselos a Mallorca. Yo no sé si es que guardaban dentro de los botes las joyas o qué, por si acaso estuvimos dándoles unos golpecillos, pero nada. No recuerdo cuánto costó, pero una caja con 3 botes de champú de Galicia a Mallorca... imagínate (más que los 3 botes seguro).
Pues hubo que enviárselos, a contra-reembolso claro.