domingo, enero 06, 2008


Una bonita mañana de Abril, en una pequeña calle del barrio de Harujuku de Tokio; pasé al lado de mi chica ideal.

A decir verdad, no era tan guapa. No destacaba de ninguna manera. Su ropa no era nada especial. Su pelo aún estaba despeinado de haber dormido. Tampoco era demasiado joven; debía andar por los treinta (no es una "chica" propiamente hablando). Pero aún así, lo sabía desde 100 metros de distancia: ella es la chica perfecta para mí. En el momento en que la vi, hubo un terremoto en mi pecho, y mi boca se quedó seca como el desierto.

Quizás tú tengas tu propio tipo favorito de chica. Una chica con tobillos pequeños, o grandes ojos, o graciosos dedos, o quizás, sin razón aparente, te gustan las chicas que se toman su tiempo para comer. Yo tengo mis preferencias, por supuesto. A veces, en un restaurante, me encuentro mirando a una chica porque me gusta la forma de su nariz.

Pero nadie puede decir que su chica ideal corresponde a un tipo preconcebido. De la misma forma que me puede gustar una nariz, no recuerdo la forma de su nariz (o incluso si tenía una). Todo lo que puedo recordar es que no era una gran belleza. Es extraño.

"Ayer vi en la calle a mi chica ideal", le digo a alguien.

"¿Sí?", contesta. "¿Guapa?"

"No demasiado."

"¿Era tu tipo, entonces?"

"No lo sé. No puedo recordar nada de ella; la forma de sus ojos, ni el tamaño de sus pechos."

"Extraño..."

"Sí, extraño".

"Bueno, entonces," me dice, aburrido, "¿qué hiciste? ¿La hablaste? ¿La seguiste?"

"No. Sólo me la encontré por la calle."

Ella anda de este a oeste, y yo de oeste a este. Realmente es una bonita mañana de abril.

Ojalá pudiera hablar con ella. Media hora sería suficiente: sólo preguntar sobre ella misma, contarle cosas de mí, y (lo que realmente me gustaría hacer) explicarle las complejidades del destino que habían llevado a nuestro encuentro en una calle del barrio de Harujuku en una bonita mañana de abril. Era algo que seguramente estaba lleno de secretos, como un antiguo reloj construido cuando la paz llenaba el mundo.

Después de hablar, comeríamos en algún sitio, quizás ver una película de Woody Allen, parar en un pub a tomarnos algo. Con algo de suerte, podríamos acabar en la cama.

La posibilidad llama a las puertas de mi corazón.

Ahora la distancia entre nosotros ha aumentado hasta los 100 metros.

¿Cómo puedo abordarla? ¿Qué podría decir?

"Buenos días, señorita. Piensa que podríamos emplear media hora en una conversación?".

Ridículo. Parecería un vendedor de seguros.

"Perdone, ¿sabría decirme si hay una lavandería abierta las 24 horas por aquí?".

No, eso es tan ridículo como lo de antes. No llevo nada para lavar, para empezar.

Quizás la verdad funcionaría. "Buenos días. Eres mi chica ideal.".

No, no me creería. O, incluso si lo hiciera, quizás no quisiera hablar conmigo. Perdón, podría decir, puede que yo sea tu chica ideal, pero tú no eres mi chico ideal. Podría pasar. Y si me encuentro en esa situación, eso me destrozaría. No podría recuperarme. Tengo 32 años, y eso es justamente en lo que consiste hacerse viejo.

Pasamos frente a una tienda de flores. Una pequeña corriente de aire caliente toca mi piel. El asfalto está húmedo, y puedo oler rosas. No consigo decidirme a hablar con ella. Lleva un suéter blanco y en su mano derecha lleva una carta a la que le falta el sello. Por tanto: ha escrito una carta a alguien, quizas pasó toda la noche haciéndolo, a juzgar por sus ojos ojerosos. La carta podría contener todo secreto que haya tenido.

Doy algunos pasos más y me vuelvo: se ha perdido entre la multitud.

Ahora, por supuesto, sé exactamente lo que le habría dicho. Habría sido un discurso largo, demasiado largo para mí como para explicarlo correctamente. Siempre estoy pensando en cosas así, que no son realistas.

En cualquier caso, el discurso empezaría "Una vez..." y acabaría con "¿No es una historia triste?"

Una vez... vivían un chico y una chica. El chico tenía 18 años y la chica 16. Él no era especialmente atractivo, ni ella era especialmente atractiva. Eran simplemente un chico y una chica normales, como todos los demás. Pero creían con todo su corazón que en algún rincón del mundo vivía su pareja ideal, para ella y para él. Sí, ellos creían en los milagros. Y ciertamente, el milagro sucedió.

Un día, los dos se encontraron por la calle.

"Es increíble" dijo él. "He estado buscándote toda mi vida. Puede que no me creas, pero tú eres la chica perfecta para mí".

"Y tú" dijo ella, "eres el chico perfecto para mí, exactamente como te había imaginado, hasta en los más pequeños detalles. Es como un sueño".

Se sentaron en un banco del parque, se cogieron de la mano, y se contaron sus respectivas vidas, durante horas. Ya no se sentían solos. Habían encontrado (y habían sido encontrados) por su respectiva pareja ideal. Qué maravilloso es encontrar y ser encontrado por tu pareja ideal. Es un milagro. Un verdadero milagro.

Y según hablaban, sin embargo, una pequeña, pequeñísima sombra de duda se asomó a sus corazones. ¿Realmente era cierto que sus sueños se convirtieran en realidad tan fácilmente?

Y entonces, cuando hubo una pequeña pausa en su conversación, el chico le dijo a la chica: "Pongámonos a prueba; sólo una vez. Si realmente estamos hechos el uno para el otro, entonces, en algún momento, en algún lugar, nos encontraremos de nuevo sin duda. Y cuando eso suceda, y sepamos que realmente estamos hechos el uno para el otro, nos casaremos inmediatamente. ¿Qué piensas?"

"Sí" dijo ella, "eso es exactamente lo que haremos".

Y así se fueron, ella hacia el este, él hacia el oeste.

La prueba que habían acordado, sin embargo, era innecesaria. Nunca deberían haberla hecho, porque realmente estaban hechos el uno para el otro, y fue un milagro que se encontraran. Pero para ellos, era imposible saberlo, ya que eran muy jóvenes.

Las olas del destino, frías, indiferentes, empezaron a separarlos, sin piedad.

Un invierno, tanto el chico como la chica cayeron enfermos por una terrible gripe, y después de luchar durante semanas entre la vida y la muerte, perdieron la memoria de los años más recientes. Cuando se despertaron, sus mentes no recordaban nada.

Eran, por otra parte, dos jóvenes brillantes, y gracias a sus esfuerzos continuados volvieron a poseer el conocimiento y la sensibilidad que los volvió a integrar plenamente en la sociedad. Volvieron a vivir, a sentir, volvieron a sentir el amor, no tan fuertemente, pero volvieron a experimentarlo.

El tiempo pasó rápidamente. Pronto el chico tuvo 32 años, y la chica 30.

Una bonita mañana de abril, en busca de la primera taza de café del día, el chico caminaba por la calle, mientras que la chica, con una carta en su mano, caminaba en sentido contrario, en una pequeña calle del barrio de Harujuku de Tokio. Un pequeño destello en sus memorias, el recuerdo de su amor perfecto, brilló durante un instante en su interior. Ambos sintieron un vuelco en sus corazones. Y lo supieron.

Ella es la chica de mi vida.

Él es el chico de mi vida.

Pero el recuerdo en sus memorias era demasiado débil, y sus pensamientos no tenían la claridad de hacía 14 años. Sin cruzarse una palabra, pasaron el uno junto al otro, desapareciendo en la multitud. Para siempre.

¿No es una historia triste?

Sí. Eso es. Eso es lo que debería haberle dicho.

Haruki Murakami

3 comentarios:

Albert. dijo...

Que chulooo!!!!Ala, te lo plagio directo a mi blog, aunque sea sin pagar el canon de la SGAE ni copyrights...:P

Anónimo dijo...

Que bonito Meli, es precioso. ¿Qué libro es?
Petite cookie

Anónimo dijo...

que bonito meliii,triste pero precioso a todos los q como yo han encontrado su media mitad que se agarren de la mano y que sea para siempre!! lo dicho preciosa historia....
Un besin meli